La Onomástica, además del estudio
etimológico de los nombres, nos señala la supervivencia de las tradiciones,
pero el estudioso observa la aparición de modas a favor de un nombre o de otro,
la variación de la influencia de la religión, por sus propios cambios como se
observa en la onomástica femenina en el
siglo SVI, cuando por causa de la Contrarreforma, aumentó el número de niñas
que fueron bautizadas con el nombre de María, a la vez que se imponían nombres
que no habían existido en la Edad Media como Ascensión, Asunción, Concepción,
Dolores, Candelaria… El ponerle un nombre a una persona no es un hecho al azar
y a través del estudio de los nombres nos podemos aproximar a la Historia de
las mentalidades.
El nombre junto con los apellidos mucho tiempo más tarde, constituye una forma
de diferenciar a una persona de otra. Algunos filósofos griegos sostenían que
es en los nombres donde radica la autenticidad.
La decisión de los padres sobre el nombre elegido
para sus hijos será siempre de forma razonada. Los apellidos muestran la
pertenencia a una familia determinada, siendo muchos de ellos derivados del
nombre del antepasado que encabezó el linaje como vemos en Díaz de Diego ó
Sánchez de Sancho, mientras que la elección del nombre es más complejo. En
muchas ocasiones es la de mantener el suyo propio, o el de los abuelos, o en
devociones religiosas, como las debidas al santo patrón o patrona de la
localidad . También la influencia que ejercían las congregaciones del clero
desde sus conventos en las distintas localidades cercanas; también tenemos el
caso de aquellos que al ser bautizados recibían como nombre el del santo del
día. Esta costumbre poco extendida en Extremadura, pero sí en Castilla la Vieja
o León. En otros casos se tomaba el nombre del patrón del oficio del padre. En
España se reflejará cambio en la onomástica a partir del Concilio de Trento,
por ejemplo la festividad de la Virgen del Rosario , en 1571, por la victoria
cristiana en la batalla de Lepanto.
Otra fuente de los nombres es cuando los
vasallos adoptaban para sus hijos el nombre de su señor jurisdiccional. También
se había producido en los bautismos de niños moriscos a los que se les daba el
nombre del propietario para el que trabajaban sus padres. Menos influencia se
producía con los nombres de los miembros de la familia real: Felipe o Carlos;
por supuesto también habría modas en el uso de los nombres. En 1,535, Juan de
Valdés se quejaba de que la lengua castellana había tomado vocablos de la
arábiga.
Había nombres utilizados por algunas
minorías , como sucedía en Mérida en la segunda mitad siglo XVI con Bernabé,
muy utilizado casi exclusivamente por los moriscos.
Haciendo un análisis cuantitativo de los
nombres de bautizados en la primera mitad del siglo XVI en una parroquia de
Mérida vemos que entre los nombres masculinos más usados son Francisco (18,9%),
Juan (17,4%) y Alonso (11,6%). Entre los nombres femeninos: María (28,9%);
Isabel (12,7%) y Catalina (10,2%).
En
la segunda mitad del siglo XVI, los nombres de los niños coinciden en los
primeros órdenes. En el caso de las niñas, María sigue siendo el primero y
también el más utilizado entre todos los bautizados de ambos sexos.
Si seguimos viendo el estudio realizado en
Mérida, se observa en esta época que el 13,9% de los niños llevan el nombre de
su padre y el 0,7% el de su madre, mientras que el 10,3% de las niñas coinciden
con el nombre de la madre y el 0,6% el de su padre.
En este siglo estaba aún presente el
problema de la asimilación religiosa de los moriscos por lo que al bautizarse,
solían adquirir nombres muy relacionados con la religiosidad popular y las
devociones de cada lugar. Es aceptable
que los nombres de María e Isabel fueran más utilizados por los moriscos que
por los propios cristianos.
Entre los varones es Juan también el
nombre más empleado por los moriscos al igual que los cristianos.
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