miércoles, 29 de mayo de 2013

Onomástica y mentalidad del siglo XVI.



     La Onomástica, además del estudio etimológico de los nombres, nos señala la supervivencia de las tradiciones, pero el estudioso observa la aparición de modas a favor de un nombre o de otro, la variación de la influencia de la religión, por sus propios cambios como se observa  en la onomástica femenina en el siglo SVI, cuando por causa de la Contrarreforma, aumentó el número de niñas que fueron bautizadas con el nombre de María, a la vez que se imponían nombres que no habían existido en la Edad Media como Ascensión, Asunción, Concepción, Dolores, Candelaria… El ponerle un nombre a una persona no es un hecho al azar y a través del estudio de los nombres nos podemos aproximar a la Historia de las mentalidades.

     El nombre junto con los apellidos  mucho tiempo más tarde, constituye una forma de diferenciar a una persona de otra. Algunos filósofos griegos sostenían que es en los nombres donde radica la autenticidad.
 
     La decisión de los padres sobre el nombre elegido para sus hijos será siempre de forma razonada. Los apellidos muestran la pertenencia a una familia determinada, siendo muchos de ellos derivados del nombre del antepasado que encabezó el linaje como vemos en Díaz de Diego ó Sánchez de Sancho, mientras que la elección del nombre es más complejo. En muchas ocasiones es la de mantener el suyo propio, o el de los abuelos, o en devociones religiosas, como las debidas al santo patrón o patrona de la localidad . También la influencia que ejercían las congregaciones del clero desde sus conventos en las distintas localidades cercanas; también tenemos el caso de aquellos que al ser bautizados recibían como nombre el del santo del día. Esta costumbre poco extendida en Extremadura, pero sí en Castilla la Vieja o León. En otros casos se tomaba el nombre del patrón del oficio del padre. En España se reflejará cambio en la onomástica a partir del Concilio de Trento, por ejemplo la festividad de la Virgen del Rosario , en 1571, por la victoria cristiana en la batalla de Lepanto.

     Otra fuente de los nombres es cuando los vasallos adoptaban para sus hijos el nombre de su señor jurisdiccional. También se había producido en los bautismos de niños moriscos a los que se les daba el nombre del propietario para el que trabajaban sus padres. Menos influencia se producía con los nombres de los miembros de la familia real: Felipe o Carlos; por supuesto también habría modas en el uso de los nombres. En 1,535, Juan de Valdés se quejaba de que la lengua castellana había tomado vocablos de la arábiga.

     Había nombres utilizados por algunas minorías , como sucedía en Mérida en la segunda mitad siglo XVI con Bernabé, muy utilizado casi exclusivamente por los moriscos.

     Haciendo un análisis cuantitativo de los nombres de bautizados en la primera mitad del siglo XVI en una parroquia de Mérida vemos que entre los nombres masculinos más usados son Francisco (18,9%), Juan (17,4%) y Alonso (11,6%). Entre los nombres femeninos: María (28,9%); Isabel (12,7%) y Catalina (10,2%).

     En la segunda mitad del siglo XVI, los nombres de los niños coinciden en los primeros órdenes. En el caso de las niñas, María sigue siendo el primero y también el más utilizado entre todos los bautizados de ambos sexos.

     Si seguimos viendo el estudio realizado en Mérida, se observa en esta época que el 13,9% de los niños llevan el nombre de su padre y el 0,7% el de su madre, mientras que el 10,3% de las niñas coinciden con el nombre de la madre y el 0,6% el de su padre.

     En este siglo estaba aún presente el problema de la asimilación religiosa de los moriscos por lo que al bautizarse, solían adquirir nombres muy relacionados con la religiosidad popular y las devociones de cada lugar.  Es aceptable que los nombres de María e Isabel fueran más utilizados por los moriscos que por los propios cristianos.
     Entre los varones es Juan también el nombre más empleado por los moriscos al igual que los cristianos.

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